martes, noviembre 08, 2005

La soledad del PP

El PP está solo en su pelea contra el nuevo proyecto de Estatut de Catalunya. Solo, pero con sus casi diez millones de votantes. Esta soledad parlamentaria, que no social, del PP no es buena para nadie: ni para España, ni para Catalunya, ni para el viejo Estatut, ni para el nuevo, ni para el PP, ni para el resto de los partidos. La responsabilidad de que el PP se haya quedado solo no es sólo del PP, que también y muy especialmente, sino también del resto de los partidos, que desean que el PP siga solo incluso más de lo que el propio PP lo desea.

El presidente del Tribunal Supremo, Francisco José Hernando, el mismo que en verano justificó tirar a matar contra presuntos terroristas (en referencia al homicidio por la Policía Metropolitana del ciudadano brasileño Jean Charles de Menezes en el metro de Londres), ha sido esta vez prudente, calculador y sensato al hablar del Estatut: “A mí me gustaría que se contase con el Partido Popular; que el PP se implicase en esa reforma”. Esta frase implica bidireccionalmente a todas las partes. A unos, para que hagan el esfuerzo de incorporar al PP al debate sereno. Y al PP, para que abandone su radicalidad y acepte discutir la reforma. Está bien Hernando en esta postura, pues aporta serenidad.

Más tarde añadió otra frase menos lograda: “No se puede hacer una reforma estatutaria (...) que pueda implicar una alteración constitucional a espaldas de 10 millones de españoles (a los que representa el PP), más o menos el mismo número que (los que representan) el resto de partidos”. Aquí no estuvo tan fino. Primero, porque una reforma estatutaria sí puede hacerse, aunque sería mejor que tuviese mayor apoyo. Segundo, porque entrar a comparar el peso de los votos puede desembocar en una incoherencia conceptual. Veamos: en las legislativas de 2004, el PP recibió 9.635.491 votos y el resto de los partidos, 14.902.796. Es decir, el partido que representa a casi 10 millones de españoles está contra el proyecto, pero los partidos que representan a casi 15 millones están a favor. El apoyo a la reforma del Estatut tiene 5.267.305 votos más que la oposición al mismo, un 54,66 % más. No son, por tanto, diferencias escasas que podríamos redondear y reducir a la mínima expresión. El 37,81 % de los votantes españoles se opone al nuevo Estatut, pero el 62,19 % está a favor de su admisión a trámite y posterior discusión. Y contra estas cifras no cabe oponer encuestas, sondeos o estados de opinión. Estas cifras son las únicas que otorgan legitimidad a la representación política y son la esencia de la democracia parlamentaria. Votamos y somos representados en el Parlamento, luego estos partidos y estos diputados son nuestros únicos y legítimos representantes, incluso si algunas de sus opiniones o actitudes han dejado de gustarnos. Pero hasta las nuevas elecciones, éstas son las únicas cifras legítimas: el 37,81 % está contra la admisión a trámite y el 62,19 %, a favor.

Dicho esto, sería bueno que el PP entrase en el debate por el bien de nuestra democracia y de España. Para el constitucionalista Javier Pérez Royo se puede no estar de acuerdo con el (...) Estatut, pero no se puede no estar de acuerdo de la forma en que lo está el PP. Eso supone dejar de existir materialmente como partido político en Catalunya”. Es cierto. He seguido atentamente diversas entrevistas recientes con Josep Piqué y el líder catalán del PP está virtualmente hundido. El proyecto de ‘centrar’ al PP que compartía con Rajoy se está yendo a pique y eso resulta nefasto. España necesita un potente partido de centro-derecha, pero no un potente partido de extrema derecha. No necesita ‘hooligans’ de la política, ni ruido y gritos, sino un moderno y fuerte partido de centro-derecha. Conservador, liberal, sensato y rotundo, pero moderado, prudente y constructivo. Piqué y Rajoy (o Rato y Ana Pastor) simbolizan ese partido que ahora parece estar sojuzgado bajo el fragor y el ruido. Y para que sea alternativa de poder necesita ser capaz de pactar, de compartir gobierno. No puede seguir aferrado a la soledad, por más heroica y mística que parezca.

Alberto Núñez-Feijoo es el candidato más moderno e innovador para suceder a Manuel Fraga (quien, por cierto, ha sido el único ‘popular’ posibilista con el Estatut, ironías del destino político) al frente del PP gallego. Núñez-Feijoo es ‘el candidato’ de Rajoy y acaba de decir: “Yo me veo gobernando si gano las elecciones (gallegas), pero si ganase y me faltasen dos o tres escaños para la mayoría, intentaría pactar con el PSOE o con el Bloque (Nacionalista Galego)”. ¿Alguien se ha rasgado las vestiduras? Quizás en la sede de Génova sí, pero no en la calle pues parece sensato, lógico y oportuno lo que dice este representante del PP más lúcido. Su postura supone un contraste feroz ante esa Esperanza Aguirre que convoca pleno extraordinario de la Asamblea de Madrid no para debatir sobre la sanidad, la educación, el colapso de las carreteras o la violencia juvenil en la Comunidad, sino para discutir ... del Estatut de Catalunya. Comprendo la oportunidad política de hacerlo, pero ese no es el camino de la construcción adecuada de España. Es un sinsentido que Madrid debata en pleno sobre Catalunya y el mismo PP no acepte debatirlo en el Congreso español. Dice Juan José Millás, excelente escritor pero indudablemente radical anti-PP, que el Partido Popular “adorará en tres o cuatro años el Estatut tanto como ahora lo detesta”. No le falta razón en este caso. Para hacer esta afirmación se basa en cómo ha cambiado el PP sus criterios sobre la Constitución, la ley del Divorcio y tantas otras cuestiones que primero aborreció y luego aplaudió o utilizó. Es una afirmación demagógica y excesiva. Todo el mundo tenemos derecho a convertirnos, incluso si antes hemos aborrecido del objeto de nuestra conversión. El PP también. Pero haría bien en entrar ahora en el debate, discutir a fondo y sacar adelante un buen Estatut para la España y la Catalunya que dice defender.

Si el PP no se implica ahora todos perderemos una gran oportunidad. El resto de partidos debe ser consciente también de ello. El “Pacte del Tinell” del tripartito catalán que “veta” acuerdos con el PP es negativo por excluyente. No se puede predefinir un desacuerdo universal con el partido de la oposición. Es una actitud no constructiva y Zapatero debería promover la rectificación de esa predeterminación negativa. Debería esforzarse para incluir al PP en la reforma. Ha dicho José Antonio Martín Pallín, magistrado del Tribunal Supremo, que “por primera vez en nuestra historia estamos en condiciones de discutir, de igual a igual, las bondades o defectos del proyecto de Estatut de Catalunya. Ha llegado el momento de conversar en el pleno sentido de la palabra tan profundamente humana, es decir, hablar unas personas con otras”. Por encima del ruido y el griterío de unos y otros, las gentes sensatas de unos y otros deben hablar, discutir, negociar y cerrar un acuerdo fundamental. De lo contrario, sólo habrá derrotados.