jueves, marzo 23, 2006

Viaje al infierno

Llegamos a Mauthausen con el corazón encogido y salimos del campo de concentración con el corazón congelado, destrozado, incapaz de latir. Visita al fondo del horror y la maldad. Nada de lo leído, de lo escuchado, de la carnicería tantas veces narrada, ficcionada, mil veces explicada, puede igualar este sentimiento con que abandonamos el campo austriaco.

Fuera, el termómetro marca cinco grados bajo cero y un metro de nieve se amontona en un camino que parece infinito hasta el regreso a la civilización. Pero dentro, la temperatura es mil veces inferior. Aquí dentro hay cinco mil grados bajo cero porque el horror lo centuplica todo, te corta la respiración, te conmueve hasta un punto que jamás imaginaste. Las paredes de las barracas parecen llorar todavía por tantas muertes y tanto sufrimiento, por la prostitución obligada, la enfermedad inevitable, el escarnio, la humillación, el sadismo más terrorífico que ha conocido la Humanidad.

En la cámara de gas tu corazón se detiene y el tiempo se frena como para hacer aún más dura la asfixiante experiencia. Intentas imaginar a las víctimas y esa ficción sacude los cuerpos de cuantos nos apiñamos esta gélida mañana en el monte austriaco. Los hornos crematorios, el laboratorio infernal, los experimentos con seres vivos, el rincón ciego de los disparos en la nuca... Horror, horror, horror. Demasiado horror. La culminación absoluta de la maldad humana.

Viaje iniciático que te deja conmovido para siempre. Viaje al centro del horror. Al precursor del Gulag, de los Kosovo o los Guantánamo modernos. Viaje al corazón de la maldad humana del que resurges sin habla, sin aire, sin latidos. Viaje a un infierno del que sales congelado.